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Nueva entrada en el Blog de CIPOL
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Posted: 29 Aug 2012 09:39 AM PDT
Algunos deben haberse sentido defraudados por el silencio que, tras arduo debate, terminó haciendo a carta número 12 del colectivo más afamado de intelectuales kirchneristasl
respecto a la necesidad de que Cristina sea re-reelecta en 2015. Pero a
no desanimarse: en la carta recién difundida están todos los argumentos
que hacen falta, y algunos que sobran, para justificar no sólo la
Cristina eterna con que sueñan los militantes oficialistas, sino la
liquidación de lo que queda de pluralismo político en nuestro país.
Y esto la carta en cuestión se esmera en
dejarlo bien en claro: la nueva constitución no debe ser fruto de
acuerdo alguno, propone, sino de una mayoría que, siendo aun
circunstancial, hoy está o se percibe en riesgo, y para evitar que ese
riesgo se materialice, mientras aun puede hacerlo, debe cerrarle la
puerta a quienes pretenden reemplazarla en el control del estado: “Un
nuevo cuerpo normativo, realizado y sostenido por un sujeto
constituyente popular, debe establecer una barrera antineoliberal”,
porque “no puede haber, para nosotros, continuidad entre la experiencia
política de la que somos parte y esa nueva derecha que quiere erigirse
como heredera… Ese sector nunca se dará por vencido…. Por esto, es
necesario afirmar… la lógica y hasta diríamos la epistemología que haga
imposible ese retroceso del país, respecto del avance formidable de
estos últimos años”.
Es curioso cómo los intelectuales K
combinan en su argumento el agua y el aceite: una valoración desbordante
de los “logros del gobierno popular” con un juicio pesimista sobre la
posibilidad de que ellos sean continuados o incluso mejorados por otros,
y sobre la solidez de esos mismos logros, que es puesta en duda al
destacarse la facilidad con que “todo lo logrado” sería borrado de un
plumazo cuando otros lleguen al poder, incluso si se trata de otros
peronistas hoy alineados con el gobierno (ni falta hace que aclaren de
quién están hablando): “Nada de eso persistirá si triunfan aquellos que
quieren acotar el kirchnerismo a una etapa casual del peronismo,
transitoria y renunciable, declarando sucesores naturales a las derechas
internas. Lo que está en juego (es) la posibilidad de que lo sucedido y
lo realizado no sea liquidado por los agentes de la repetición, ni
conjurado por las fuerzas –múltiples y extendidas– del conservadurismo
argentino, presente tanto al interior como fuera de la alianza electoral
triunfante”.
En la historia argentina ha habido
constituciones de los dos tipos, pactadas e impuestas, y en principio no
habría por qué pensar que unas son mejores que las otras: sin ir más
lejos, la de 1853 que dio origen a nuestro país resultó de pactos
previos entre las provincias, pero se terminó imponiendo en gran medida
por la fuerza a Buenos Aires. Aunque tampoco hay que desentenderse de
los problemas que conlleva imponer una constitución: en particular, el
ejercicio de una violencia de suficiente alcance y duración para vencer
la resistencia de quienes se niegan a entrar al nuevo orden. Es decir,
una “violencia constituyente”, legitimada a los ojos de sus ejecutores
por los nobles fines que persigue, crear un nuevo estado, asegurar la
unidad de la nación y proveerle un gran territorio, ampliar los derechos
reconocidos a quienes viven en él, o alguna combinación de todo esto;
violencia que se deberá incrementar mientras mayor sea la resistencia de
los que se oponen al nuevo orden, sea porque pretenden conservar viejos
derechos, porque los derechos propuestos repugnan a su modo de vida o
por algún otro motivo.
En suma, lo que queda con todo esto en
evidencia es que, a diferencia de los menemistas, los cristinistas no se
conforman con cambiar la constitución que usaron para llegar al poder
para habilitarse un tiempo más en él; y no están buscando ningún acuerdo
que les permita conseguir lo que quieren a cambio de ceder en terrenos
que le interesen a otras fuerzas políticas. Su modelo es otro: es el de
las constituciones que un grupo impone, y ante las que los opositores se
ven obligados a ceder, o desaparecer. No llama la atención por tanto
que celebren el “nuevo constitucionalismo” latinoamericano, en el que
incluyen a la Venezuela de Chávez y no tanto a la reforma brasileña de
1988 o a la argentina de 1994: celebran la tarea de “rediseñar las
magnas normas para que coincidan con los procesos de transformación”
sólo en los casos en que esos procesos les placen. Y en los que se
justificará también “la eventual continuidad democrática de liderazgos,
cuando estos aparecen como condición de esta inédita etapa”. Nunca estos
intelectuales habían dejado tan claro como aquí que el discurso de los
derechos es para ellos un arma como cualquier otra, y que lo que está
mal si beneficia a sus enemigos está bien si los beneficia a ellos.
Menos mal que aclaran en un pasaje que “no
se trata de imponer normas, sectorizar gobiernos, arbitrar en causa
propia en cuestiones de grave significación institucional (sino de que)
las formas más relevantes de los cambios deben ser protegidas”. Ahora
que se ha puesto de moda entre los cristinistas militantes citar a
Maquiavelo para justificar el atropello de las normas vigentes,
haciéndole decir que en la lucha política todo se justifica y que la
única diferencia es que algunos hacen abiertamente lo que otros
disimulan, sería bueno que recuerden algo que el florentino enseñó en
medio de las inclemencias de la política italiana de su tiempo, y los
argentinos creíamos haber aprendido definitivamente tras la última
dictadura pero algunos están olvidando: que las leyes son siempre de la
máxima importancia y siendo el resultado de acuerdos o equilibrios entre
los poderosos y los débiles, aun cuando no les den siempre la razón,
les convienen más a los débiles que a los fuertes, porque en ausencia de
leyes éstos encontrarán de algún modo de defender sus intereses, pero
los débiles a la corta o a la larga saldrán perdiendo cada vez que ellas
se debiliten.
Fuente:Centro de investigaciones póliticas.CIPOL.-
Video de la lectura de carta abierta
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